COLECCIONISTA DE PIANOS

Temblaba a la vez que vibraba por dentro, siempre le había ocurrido lo mismo ante la contemplación de su última adquisición. Esa emoción contenida que se expandía a través de todo su cuerpo y hasta la más lejana de sus terminaciones nerviosas de su piel. El gusto a lo desconocido empezando a disolverse en su boca, sus dedos acariciando lentamente las teclas de color blanco marfil, sus ojos detenidos, observando el más mínimo detalle de aquella maravilla intentando averiguar más de él.

Era un coleccionista reverente, mientras le duraba la emoción, al piano de turno, le hacía un hueco en su vida, lo mimaba, lo enceraba con un paño de fino algodón y lo afinaba sin cesar. Una vez terminado ya existía un lugar destinado para colocar el nuevo piano y en esos instantes era cuando contemplaba con orgullo aquella ristra de pianos que él relacionaba con momentos, etapas y días de su vida cargados de gratos recuerdos.

Opinaba que la vida no podía alimentarse de una prisa continua, ese ir y venir a golpe de manecilla, ese plato del menú engullido deprisa o sin terminar, ese desear sin poder, ese deshacerse en la nada del diario frenesí. Solo por que la vida no debe ser solo esto, perseguía las notas para cazarlas al vuelo en melodías certeras que removieran su conciencia, que le hicieran creer que el pálpito existía y que había momentos efímeros que podían detener el tiempo sin ser cronometrado. Buceaba sin parar en el color de las músicas prestadas, narcotizado por estampas que tal vez nunca llegarían a su alcance si no aprendía de una vez por todas a tocar aquellos maravillosos instrumentos.