En la gran nave de espacio diáfano, lo único que queda está desmenuzado por los trabajos inacabados del tiempo alterno, vehículos inservibles, resultados de historias no deseadas y anónimas que un tal Sr. Laglasse ha dejado arinconadas con la idea de sacar provecho en el incierto futuro después de la actual crisis financiera. En el taller contiguo solo retazos mecánicos, traumatismos cronológicos de metal que han quedado a la deriva y estridentes sombras que intentan salir de la prisión en la que se encuentran inmersas. Pelirroja, con un cuerpo suave de poliuretano, me mira desconfiada con ojos pícaros desde su altar ceniciento bajo el fetiche de un calendario Pirelli de mil novecientos ochenta y dos. Le confieso que no es así, que de las sombras todo resurge de la oscuridad recobrando la envidiada vida de antaño, me dice con un susurro provocador. Aunque mi entrada en escena sin duda ha interrumpido algún secreto larvado entre ella y los dioses que cohabitan en el vestíbulo del infierno y no dejan de invitarme a desistir de mis intenciones intrusas. Todo aquel material descompuesto está a punto y a los efectos de consumar la magia acompañada de un viejo opel omega disimulado bajo una lona y de un Renault en fase de descomposición del cual no recuerdo el modelo. Más allá grasientas mesas de trabajo donde duermen en la eternidad: tornillos huérfanos, piezas obsoletas, cámaras de aire y herramientas sumidas en un silencioso lamento de sedimentos de lubricante. De fondo, el tintineo de una cadena que cuelga del manillar oxidado de una bicicleta distorsiona mi conciencia y me confunde. El Sr. Laglasse es sin duda un gran coleccionista de objetos inservibles a quien todo aquel ejército de pequeños objetos rinden homenaje y pleitesía. según puedo entender, entre silencios y sonrisas irónicas, tal vez este lugar es tan sólo la entrada a un universo paralelo a la realidad y del que todo me es desconocido. Un mundo en el que se puede distinguir en la más debil penumbra el fértil desvelo del rostro de una muñeca, la encantadora sinfonía de un disco de vinilo surcado por el brazo poderoso de una gramola, colecciones de coleópteros atravesados por finas agujas, lámparas de araña con el arco iris atrapado en sus cristales, botellas de vino de Burdeaux, libros incunables, cuberterías de plata para adorno de cajones siempre cerrados, motocicletas derramadas de kilómetros e incluso viejos vehículos que nunca se dejaron abasallar por la bruma del miedo a la velocidad. Estos son los grandes tiempos en que se premia con la ansiada calidad manual, analógica y con la suavidad de un pañuelo de seda. Siento como la confusión crece en mí y con ella, la curiosidad de descubrir y la incredulidad repartida en sendas partes totalmente iguales. Pasa a mi lado, con la cabeza alta, ignorando mi presencia, es el Sr. Laglasse vestido con un traje negro y un sombrero de fieltro a la moda más actual. Sin más, se situa en el centro de aquel espacio diáfano y tras dar tres palmadas los viejos automóviles que mostraban su fatigado desahucio, lucían ahora esplendorosos junto a otros surgidos de la nada: Un viejo Dodge negro reluciente cuyo motor bramaba encendido con un sonido del peculiar rodaje por realizar. Todo ello es escenario de historias que han ocurrido y que al otro lado de la línea de este mundo nadie recuerda. Inquieto, impaciente, intento identificar toda esta jungla de reliquias que brotan de una magia improcedente. Sorprendido sin saber como, me veo rodeado de miles de objetos, curiosidades, enseres de la más variopinta naturaleza que han aparecido por medio de un ensalmo sin duda endemoniado dando vida al entorno abatido y caduco. Mi voz interior me indica que debo centrarme, es una extravagancia más de mi imaginación enfermiza y engañosa que me imvade y me recorre por dentro. Es una lástima que el pacto firmado sea tan claro, la sensación de que todo lo que cuento simplemente no ha ocurrido y es posible que luego ni siquiera sea capaz de recordarlo. Por eso tan sólo debo explicarte que esta noche nada de lo que cuento es de una certera realidad. Con un gesto marcial, los anfitriones, me indican la salida sin retorno, el tiempo prometido ya se ha extinguido. Entre mezclas de sueños y recuerdos de mi memoria, pasadas unas décadas, volví al inhóspito lugar misterioso con posibilidad de viajes astrales a otros mundos paralelos y todo seguía igual tal como lo dejé.
Gracias a la colaboración de Ricardo Fernández Begué.
Me pido el triciclo de Rabasa. De pequeña jugaba en la calle con uno de ellos haciendo carreras con mis hermanos y primos. Era mucho más pequeño que el que muestras en la imagen, claro. Así que ahora, como dices en tu relato,si pudiera participar en un viaje astral de los que mencionas, viajaría a ese lugar en busca del triciclo verde para volver a jugar en la calle. Feliz fin de semana, Jordi. Estupendo trabajo como siempre.
ResponderEliminarRabasa!!! una marca Catalana, una fábrica familiar que hizo un imperio.... Este triciclo no era fácil de dominar,,, dí unas vueltas por el taller con él.
EliminarGracias por tus comentarios!!!
joooo, los triciclos metálicos han pasado a la historia.
Un saludo
Jordi Vall
Recuerdo Abandonado
Yo tenía un cuatrociclo que se conducía con los pies mientras con las manos en un movimiento hacia adelante y hacia atrás hacía avanzar el vehículo mediante una excéntrica en la cadena; como en una vagoneta de la pelicula "La vuelta al mundo en ochenta días". Era el planeta de "los Sanglas" un mundo en que todos queríamos pedalear hacia el futuro.
ResponderEliminarHola Juan,
EliminarSi, recuerdo esos karts... metálicos, bajitos, te sentabas con las piernas bastante estiradas.
Eran geniales!!!,,, Es verdad,,,, horas y horas encima de todos estos artefactos.
Un saludo
Recuerdo Abandonado
Mola! Cuántos cachivaches había ahí dentro! Me encanta el blanco y negro para estas estampas. Buen trabajo ☺
ResponderEliminarGracias Noelia!
EliminarUn saludo
Jordi Vall
Recuerdo Abandonado