Dunogerd Photelps murió en 1998, un capitán de barco con dilatada experiencia y que conocía con toda plenitud los caminos de los inmensos mares. Lo reconozco como un buen amigo y experto navegante en el peor de los desafiantes mares. Su estado mental era frágil y en sus ojos existía algo de demencia, fruto de sus atrevidas campañas o de la soledad que le apoderó de daños galopantes e irreparables en su conciencia.
Dunogerd Photelps estuvo recluido en un pequeño sanatorio de pocos recursos en la colina de la ciudad. Siempre que el tiempo de mi agenda laboral y familiar lo permitiera, visitaba a mi viejo amigo, yo era parte importante de su recuperación. A veces pienso que escondía secretos intrigantes en los rincones de su memoria intentando no recordar lo vivido, y que a toda costa, buscaba alejarse de posibles días de fatales experiencias nunca explicadas. El día de su trágica muerte, la familia de Dunogerd, me permitió conservar las pertenencias que considerara de mayor valor sentimental para mí. Le gustaba escribir historias fantásticas, muchas de ellas parecían disparatadas y de imaginación increíble, de aquellas en que la realidad supera con creces a la ficción más ingeniosa. Estas escrituras le servían como terapia para sanar su desquiciada memoria, así como para distraerse de recuerdos amargos. Muchas frases no tenían sentido, me abrumaban por lo tristes y perturbadoras que podían llegar a ser. No sé si trataba de explicar lo que jamás le hubiéramos creído, por temor a llamarlo loco, o simplemente, fue un intento de hacer de escritor chiflado. Entre aquellas hojas sueltas, sesgadas, maltratadas llenas de tormenta de locura y escritas con letra errática, encontré lo último que escribió antes de precipitarse por la ventana. Aquí os lo redacto tal y como lo encontré escrito:
"Desperté en un lugar que mis recuerdos no reconocieron, lo que para cualquiera sería un paraíso soleado y nunca conocido, la intensa brisa y el sabor a sal mezclado con fina arena se colaba entre mis labios. Estaba arrojado en la orilla de una playa a merced de las olas, trataba de acomodar mis ideas y buscaba recordar las escenas que me trajeron a esta desgracia disfrazada de placer. Un fuerte dolor de cabeza disparaba imágenes desenfocadas en mi mente. Vagamente, recordaba el horizonte de una belleza casi imposible, comparable con los ángeles descritos en los versos de Benedetti. Observé mi cuerpo, por gracia de Dios, sin lesiones aparentes. Tambaleándome giré sobre mi eje cerca de 360° buscando los restos de mi nave, tripulación o cualquier ser viviente que me ayudase a formar de nuevo el rompecabezas de lo ocurrido, sin recordar ni tan solo mi nombre, y que mi mente no lograba armar. Sobre la arena se dibujaban las huellas de mis pies descalzos que en instantes eran borrados una y otra vez, las palmeras se agitaban ante las fuertes ráfagas de viento aproximándose lentamente la infinita escena del temible abandono anónimo de un mundo que en este momento solo podía ser el resultado de pensamientos que menos que cuánticos creadores de un segundo plano."