La jornada empezaba con el amanecer, justo cuando el sol se asomaba por
la ventana de mi pequeña habitación, había que apresurarse, el capataz era muy
puntual y normalmente ya estaba en el patio esperando para hacer recuento de
los jornaleros. Una vez hecho el
recuento y comprobado que nadie se había quedado durmiendo, subíamos a los
carros tirados por caballos adentrándonos
en las fincas del terrateniente. Ya en los viñedos se trataba de recolectar la
uva y cargarla en los carros, luego todo era depositado en la masía esperando el siguiente paso en la
producción del mejor vino de la comarca.
Llamada la "Masía de la cúpula verde", allí era donde entraba la uva y
salía en barricas de vino con destino a los más prestigiosos establecimientos
del mercado. En el patio habían las viviendas de los jornaleros, donde se
encontraba mi estancia, paredes de color azul celeste, con una ventana, un
camastro, una mesita y una sencilla silla. No echaba en falta nada más, el
trabajo nos tenía ocupados todo el día sin descanso, excepto para dormir lo
justo y sin conocer lo que era una festividad. El capataz, a todo este proceso de
elaboración del vino y con todo lo que comportaba, le llamaba “vendimia”,
desconozco de donde sacó esa palabra y
su real significado. A mi modo de ver eso era una manera de subsistir.
Hoy era festivo, y en días como hoy, era muy probable que mientras los dueños y sus distinguidos invitados
bailaban al compás de la música bajo la gran cúpula, los jornaleros, al compás también
de la música prensaríamos la uva sin parar en el piso inferior y hasta bien entrada la noche.
En esos días, acompañado de música, siempre intentaba
imaginar como era la gran sala de la cúpula, aunque me hubiese gustado, nunca
llegué a verla.
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