En una lluviosa tarde de Diciembre, me quedé totalmente solo y con mis estudios truncados por la repentina noticia, lleno de tristeza y felicidad al mismo tiempo, aunque no le vería nunca más, sé que él ya estaba descansando por los siglos de los siglos junto a mi madre.
Meses más tarde y pasado el dolor de una pérdida cercana, extraje de aquel porta planos un pergamino, ajado de pasar por tantas y tantas manos de antepasados, entre ellas, las de mi abuelo y mi padre. Como niño esperando el juguete que tanto ha deseado, devoré las primeras líneas de aquel testamento. Ilusionado por saber que iba a recibir, Dinero, joyas, propiedades, todas aquellas posibilidades se agolparon en mi mente y el corazón me latía con fuerza, siempre escuché que disfrutaría de una gran herencia. leí línea tras línea, hasta que el cambio de temperatura se hizo presente, sudor frío en la frente y las náuseas se apoderaron de mi estómago, no podía creer lo que estaba leyendo. ¿Se habría equivocado el viejo al escribir en el papel?, ¿describía eso como mi herencia para que nadie más que yo se interesara y la buscara?. Podía ser cierto que existiera otra posibilidad que la que se mencionaba en aquel antiguo testamento. Determiné viajar hasta aquí, lejos de la ciudad para comprobarlo, a esta vieja fabrica de papel en ruinas, que en tiempos pasados perteneció al tío Claudio, muy refinado y correcto, silencioso y distante, aquí encontraría la herencia describía el documento.
Busqué en los rincones más oscuros y recónditos, buscando lo que hasta el momento era inexistente. Busqué sin encontrar nada más que cansancio, fatiga y ese fuerte olor a carbón proveniente del sótano incendiado.
Y así me pasó la tarde, agotado y sentado en esta esquina, contemplando los montes, negándome a creer la verdad sobre mi herencia. He sabido de amistades que heredan mansiones, títulos de propiedades, compañías, automóviles, dinero, o tan solo el color de ojos o la forma del cabello, pero jamás, jamás...
Aquí viene, le oigo suspirar y quejarse desde el primer escalón que asciende del sótano a la gran sala donde me encuentro, escucho sus pies arrastrarse suavemente, como seda sobre madera, arrancando crujidos a los desvencijados escalones. Cada paso que el da me hace creer más en las palabras de aquel pergamino, su cercanía irremediable me da escalofríos y las nauseas se hacen presentes una vez más, creo que deberé empezar a acostumbrarme a él. La luna con su tenue claridad alumbra la derruida entrada al sótano, era cierto, no hay tesoros, no hay mansiones ni dinero, sólo él, se acerca cada vez más, oigo su respiración dispar entre el fresco de la noche, entre los cantos de los grillos y entiendo porque mi padre siempre fue tan callado. Solo faltan escasos segundos para que se haga presente, insisto en que preferiría nada a esta situación, pero tendré que vivir con ello. Sus pies carcomidos asoman en el marco de la puerta y desde aquí puedo percibir su agudo olor fúnebre. Allí está, apolillado por el paso de las generaciones pero aún de pie, en pena, es mi herencia, ese espíritu que extiende su inerte mano hacia mí y me mira con sus cuencas vacías, esa alma muerta que me acompañará hasta el fin de mis días, y los días de los hijos de los hijos de mis hijos...
Meses más tarde y pasado el dolor de una pérdida cercana, extraje de aquel porta planos un pergamino, ajado de pasar por tantas y tantas manos de antepasados, entre ellas, las de mi abuelo y mi padre. Como niño esperando el juguete que tanto ha deseado, devoré las primeras líneas de aquel testamento. Ilusionado por saber que iba a recibir, Dinero, joyas, propiedades, todas aquellas posibilidades se agolparon en mi mente y el corazón me latía con fuerza, siempre escuché que disfrutaría de una gran herencia. leí línea tras línea, hasta que el cambio de temperatura se hizo presente, sudor frío en la frente y las náuseas se apoderaron de mi estómago, no podía creer lo que estaba leyendo. ¿Se habría equivocado el viejo al escribir en el papel?, ¿describía eso como mi herencia para que nadie más que yo se interesara y la buscara?. Podía ser cierto que existiera otra posibilidad que la que se mencionaba en aquel antiguo testamento. Determiné viajar hasta aquí, lejos de la ciudad para comprobarlo, a esta vieja fabrica de papel en ruinas, que en tiempos pasados perteneció al tío Claudio, muy refinado y correcto, silencioso y distante, aquí encontraría la herencia describía el documento.
Busqué en los rincones más oscuros y recónditos, buscando lo que hasta el momento era inexistente. Busqué sin encontrar nada más que cansancio, fatiga y ese fuerte olor a carbón proveniente del sótano incendiado.
Y así me pasó la tarde, agotado y sentado en esta esquina, contemplando los montes, negándome a creer la verdad sobre mi herencia. He sabido de amistades que heredan mansiones, títulos de propiedades, compañías, automóviles, dinero, o tan solo el color de ojos o la forma del cabello, pero jamás, jamás...
Aquí viene, le oigo suspirar y quejarse desde el primer escalón que asciende del sótano a la gran sala donde me encuentro, escucho sus pies arrastrarse suavemente, como seda sobre madera, arrancando crujidos a los desvencijados escalones. Cada paso que el da me hace creer más en las palabras de aquel pergamino, su cercanía irremediable me da escalofríos y las nauseas se hacen presentes una vez más, creo que deberé empezar a acostumbrarme a él. La luna con su tenue claridad alumbra la derruida entrada al sótano, era cierto, no hay tesoros, no hay mansiones ni dinero, sólo él, se acerca cada vez más, oigo su respiración dispar entre el fresco de la noche, entre los cantos de los grillos y entiendo porque mi padre siempre fue tan callado. Solo faltan escasos segundos para que se haga presente, insisto en que preferiría nada a esta situación, pero tendré que vivir con ello. Sus pies carcomidos asoman en el marco de la puerta y desde aquí puedo percibir su agudo olor fúnebre. Allí está, apolillado por el paso de las generaciones pero aún de pie, en pena, es mi herencia, ese espíritu que extiende su inerte mano hacia mí y me mira con sus cuencas vacías, esa alma muerta que me acompañará hasta el fin de mis días, y los días de los hijos de los hijos de mis hijos...
Creo que muchos de nosotros recibimos una herencia en algún momento de nuestra vida, ya sea material, genética, a modo de compromiso o de enemistad. Lo que no esperamos nunca es que sea fantasmagórica y, menos aún, si es de esas que nos atemorizarán mientras vivamos. En mi familia siempre hemos tenido con nosotros "al tío de América", personaje que nunca llegué a conocer y que marchó para allá en busca de fortuna, dejando aquí sus cosas para que fueran embarcadas en dirección a Chile. Casi como una premonición estas se quedaron en la Aduana a la espera de que alguien las reclamara. Nunca llegó aviso de esa petición ni se recibieron noticias del tío. Fue como si la Tierra se lo hubiera tragado. Hizo falta un montón de años para que las autoridades portuarias permitieran, por ley, a los familiares vivos hacerse cargo de las pertenencias. Imagínate la situación. Fue como abrir un baúl gigante con regalos que dejan los Reyes por Navidad. La mayoría de pertenencias estaban comidas por los ratones y las polillas o descompuestas por la humedad y los hongos, salvo la vajilla y la cubertería. Imagino que algún día celebraré alguna fiesta en casa luciéndolos en mi mesa. En esta ocasión tu entrada me ha servido para refrescar recuerdos de mi niñez. Gracias, Jordi.
ResponderEliminarHola Carmela!!!
EliminarSi, es cierto, todo el mundo recibe algún tipo de herencia. Pero para los que piensan en el futuro pensando en futuras herencias generosas,,,, se equivocan!!!. En este mundo las cosas cambian a cada segundo y lo que ayer era algo muy deseado. a lo mejor, mañana puede ser el error en forma de mochila y de por vida. En un segundo las vidas pueden cambiar sus destinos.
Historia sorprendente la que me explicas,,, para hacer una película interesante. Entiendo que eran efectos con valor personal pero sin interés para los demás.
Un saludo
Jordi Vall
Recuerdo Abandonado