Generalmente me tomaba los deberes escolares como una gran pesadilla, era como una extensión del suplicio de la escuela para continuar con ese martirio en casa, una secuela que cargaba en mi mochila cada tarde al salir de la escuela.
La actitud de mis padres era muy diversa, mi padre me ayudaba hasta el punto de hacer directamente las tareas a toda prisa sin explicarme nada de nada. Mi madre, por lo contrario, se despreocupaba pensando que ese era un asunto entre la escuela y yo, justificándose para evitar intervenir.
Las dos actitudes no eran correctas ni acertadas. Los deberes son para asimilar las enseñanzas recibidas, ayudan a aceptar de manera libre las responsabilidades y concebir la cultura como un objeto para su propio provecho.
Lo cierto es que no conseguí nunca ni tener un espacio adecuado para hacer esas tareas escolares que siempre odié y las distracciones eran muchas dentro de casa, entre ellos mi fiel gato siamés.
Lo mio siempre fue las reuniones en la plaza de la esquina y el callejear con los amigos de la calle y de los cuales ni me importaba conocer sus apellidos, donde vivían o quienes eran sus padres.
A lo largo de los años, después de una larga y difícil adolescencia ya no había vuelta atrás, ya andaba trapicheando con pequeños negocios fraudulentos de la calle, sin pensar en el futuro ni en el pasado, solo viviendo en el presente más inmediato.
En aquella época ya me llamaban "carne de cañón".
La actitud de mis padres era muy diversa, mi padre me ayudaba hasta el punto de hacer directamente las tareas a toda prisa sin explicarme nada de nada. Mi madre, por lo contrario, se despreocupaba pensando que ese era un asunto entre la escuela y yo, justificándose para evitar intervenir.
Las dos actitudes no eran correctas ni acertadas. Los deberes son para asimilar las enseñanzas recibidas, ayudan a aceptar de manera libre las responsabilidades y concebir la cultura como un objeto para su propio provecho.
Lo cierto es que no conseguí nunca ni tener un espacio adecuado para hacer esas tareas escolares que siempre odié y las distracciones eran muchas dentro de casa, entre ellos mi fiel gato siamés.
Lo mio siempre fue las reuniones en la plaza de la esquina y el callejear con los amigos de la calle y de los cuales ni me importaba conocer sus apellidos, donde vivían o quienes eran sus padres.
A lo largo de los años, después de una larga y difícil adolescencia ya no había vuelta atrás, ya andaba trapicheando con pequeños negocios fraudulentos de la calle, sin pensar en el futuro ni en el pasado, solo viviendo en el presente más inmediato.
En aquella época ya me llamaban "carne de cañón".