No lo solicitó como un favor, lo exigió con esa mezcla de autoridad en el gesto y firmeza en la voz que tienen las ordenes mal disimuladas en un halo de hipócrita cortesía. Otra vez lo mismo, pero a su vez distinto y repetitivo día tras día. Parecía que disfrutaba, su figura de jefe no paraba de crecer, hasta que algún día podría simplemente abarcarlo todo. Basta un pequeño error, un paso en falso, pensaba. Sin embargo, el jefe se retiró sin mirarlo siquiera. Cuando concluyó la ardua tarea encomendada se quedó contemplando la ventana, mirando a través de ella con los ojos aturdidos en una imagen lejana, omnipotente, sopesando variables, decidiendo, soberbio e impasible.
—¿En qué estas pensando?
—le preguntó un compañero, algo extrañado, al verlo tan absorto contemplando la ventana, con aquellos ojos vacios, fijos sobre una imagen lejana, vidriosa.
—Nada
—se limitó a responder tímidamente, sin mirar a su antiguo compañero de tareas.
—¿Otra vez una fantasía recurrente?
—Sí, contestó, y apenas se limitó a sonreír como respuesta.
Su esposa en el dormitorio, después de preparar el café de cada mañana, lo halló tendido de espaldas sobre la cama, con su rostro vuelto hacia arriba y ambas manos cruzadas anudadas en la nuca; los ojos clavados fijamente en el techo atravesándolo hasta posarse en la visión de una imagen lejana.
—¿En qué piensas?
—preguntó intrigada la joven y hermosa mujer, al verlo tan absorto contemplando inmutable el techo de la habitación, con aquellos ojos vacíos, fijos sobre una imagen lejana, vidriosa.
—Nada
Su esposa en el dormitorio, después de preparar el café de cada mañana, lo halló tendido de espaldas sobre la cama, con su rostro vuelto hacia arriba y ambas manos cruzadas anudadas en la nuca; los ojos clavados fijamente en el techo atravesándolo hasta posarse en la visión de una imagen lejana.
—¿En qué piensas?
—preguntó intrigada la joven y hermosa mujer, al verlo tan absorto contemplando inmutable el techo de la habitación, con aquellos ojos vacíos, fijos sobre una imagen lejana, vidriosa.
—Nada
—se limitó a responder, como siguiendo su fiel costumbre.
—¿Otra vez una pesadilla recurrente?
—Si.
—¿Por qué no dejas en paz a ese pobre muchacho de la fábrica?
Y el jefe apenas se limitó a sonreír como respuesta sin mover la cabeza.
El día se escurrió entre reuniones extenuantes e informes cargados de malas noticias, como un oráculo que toma forma parte de algo tantas veces ignorado. Tuvieron la dignidad de no cruzarse en ningún momento, como parte de un pacto o una tregua indiferente. Al final de la jornada una tenue luz asomaba a través de la puerta entreabierta de la oficina del jefe. Los pasos sigilosos quizás nunca fueron caminados; pero puedo confesar que el golpe fue certero y fatal.
—¿Otra vez una pesadilla recurrente?
—Si.
—¿Por qué no dejas en paz a ese pobre muchacho de la fábrica?
Y el jefe apenas se limitó a sonreír como respuesta sin mover la cabeza.
El día se escurrió entre reuniones extenuantes e informes cargados de malas noticias, como un oráculo que toma forma parte de algo tantas veces ignorado. Tuvieron la dignidad de no cruzarse en ningún momento, como parte de un pacto o una tregua indiferente. Al final de la jornada una tenue luz asomaba a través de la puerta entreabierta de la oficina del jefe. Los pasos sigilosos quizás nunca fueron caminados; pero puedo confesar que el golpe fue certero y fatal.