FABRICA DE PIENSOS

Una buena frase, usada por pensadores y muy conocida por todos es: "Pienso luego existo", pero hoy no os hablo del verbo pensar, más bien os quiero hablar del pienso para animales.

La fábrica de piensos era de dos socios que compartían la propiedad y la dirección del negocio a un 50%.  Básicamente uno de ellos aportó el capital sin tener conocimientos en el ramo, mientras que Bacterio era químico de profesión, con un curriculum privilegiado y una dilatada experiencia en el sector.   Bacterio dedicaba sus días únicamente a investigar y experimentar en su laboratorio, con la única finalidad, de obtener fórmulas magistrales, lanzar al mercado productos sumamente innovadores y algunas veces sin apenas haberlos probado el tiempo suficiente. En aquel laboratorio se trabajaba mucho, en exceso quizás, pero no se pensaba en la existencia del riesgo que rondaba alrededor de algunos productos que se lanzaban al mercado y que incluso rozaban la ilegalidad.  La creatividad obsesiva e impulsiva, mezclado con un potencial  extremo y sin control, de aquel brillante químico inventor, acabó por sacar al mercado un pienso con efectos secundarios nocivos para los animales. Las quejas y querellas de los clientes no se hicieron esperar, todo ello desencadenó un declive de lo que había sido un prospero negocio y modelo a seguir por su investigación e innovación.