sábado, 28 de noviembre de 2015

BAJO LA SOTANA


Un día de tarea desalentadora, tocaba ayudar a uno de mis mejores amigos en su traslado de piso. Hoy era el último día de aquel antiguo piso del ensanche de Barcelona, con un gran patio, y del cual siempre me llenaba de curiosidad el patio de la casa contigua. Un patio con un aspecto desolador, las ventanas del piso siempre estaban abiertas, invitando a entrar, la verdad es que nunca pude advertir movimiento alguno, no parecía vivir nadie, ese día fue el adecuado para saltar y acabar con mi curiosidad.
Con la paciencia que normalmente me acompaña a la hora de realizar mis reportajes fotográficos, intentando no omitir detalle alguno, observando con cautela pude leer y fotografiar aquel escrito que llegó a mis manos adelantando la historia del lugar, una  historia anónima más acerca de la vida misma.

La carta manuscrita dice así:


Querido Vicente,                                   15 de Diciembre de 1956

Mucho me duele tu partida, es un dolor que me quema el alma y me deja en un presente incierto. Que difícil se me hace la vida sin ti!.
durante estos días he estado tratando de comprender, ¿Por qué te has ido?, ¿por qué me he quedado con  este inmenso vacío?, he llorado, he gritado y he suplicado al cielo que vuelvas junto a mí. Entre espacios de añoranza, me calmo, respiro, suspiro, te siento, te vivo y vuelvo a llorar.
Y hoy creo haber entendido todo esto.......
















domingo, 22 de noviembre de 2015

COLMENAS DE NOVIEMBRE


Subiste niña venturosa al cielo, siguiendo en pos de la que tanto amaste y el acerbo dolor de desconsuelo a tus padres dejaste. Llorando están tu pérdida temprana. Nada mitiga su terrible pena, más fue de Dios, y su orden soberana acatan, que a sufrirla les condena.











domingo, 15 de noviembre de 2015

UN "TE QUIERO" EN EL OLVIDO


Dicen que el que espera desespera, el trajín de la ciudad no se detiene, un coche y otro coche, el semáforo cambia de color a medida que transcurre el tiempo en un bucle sin fin, aunque el tráfico sea denso ella suele ser puntual y quizás el ansia que me abraza ha hecho adelantarme a la cita.
Intento recordar cuando fue el día en que nos conocimos, ¿durante la infancia tal vez?, no logro descifrar con certeza en que preciso momento o situación. Si, ella es mi buena amiga, de máxima confianza y siempre ha estado a mi lado en los momentos que más lo he necesitado. 
Una hora de viaje que se nos hace corta y agradable, risas y charlas como anticipo de lo que será el fin de semana.
Este año cruzo una dura etapa de las que parecen salir de un sorteo sin haber sido dueño de ningún número, llena de cambios e imprevistos, de los que suelen torcer el futuro inmediato y hasta la lejanía del horizonte, sin dejar atrás la mochila de mi biografía con todos los errores y aciertos cometidos. Que mejor que desconectar y retornar al pueblo donde las dos pasamos unos maravillosos años, recordar días de infancia, juego, diversión, adolescencia, juventud, en definitiva también hablar y ponerse al día de nuestras cosas más presentes. 
Más de 30 años han pasado desde entonces, cuando mi casa fue demolida por requerimiento del ayuntamiento a causa de su mal estado, y por esta razón, solo nos queda la opción de instalarnos en su antigua casa en lo más alto del pueblo.
Como si de un protocolo exigido se tratase, antes de llegar a la puerta de entrada, es inevitable dirigir la mirada a las vistas del pueblo como habíamos hecho siempre, con su iglesia, su plaza, el río, los rojos tejados y sus campos de viñas.
Al colocar la llave en el cerrojo, el sonido de la llave al girar, la puerta al abrirse, un manantial de recuerdos nos saturan por completo, las maletas siguen en la calle junto a la puerta, mientras, no podemos dejar de recordar a cada una de nuestras miradas hacia todos aquellos rincones.
Pensamientos de juventud convertidos en inscripciones que resaltan en la parte trasera de pequeños cuadros colgados en la pared, libros de recetas para cocinar aquellas esponjosas magdalenas que tantas veces tomamos para merendar junto con aquella leche fresca recién ordeñada de la "Vaqueria".
Un verdadero retorno hacia aquel pasado común, y que sin querer, las dos fuimos olvidando hasta creer casi borrado de nuestras memorias hasta hoy, donde al atardecer, sentadas en el balcón del patio con el pueblo a nuestros pies, pienso que todo ello ha sido como: un "TE QUIERO" en el olvido.

























martes, 10 de noviembre de 2015

PLAYA Y PAELLA MARINERA


La brisa marina apenas ahogaba la irradiación solar abrasadora e irreverente que tostaba la piel de los turistas ajenos al resto de criaturas, ávidos de luz tras un largo y frío invierno a miles de kilómetros de allí.
Las aguas claras bañaban la orilla y proporcionaban material de primera para la construcción de castillos y torres de arena fina tan altos como la imaginación alcanzara, y tan perfectos y hermosos, como lo permitieran los moldes y manos de quienes, ingenuos, se negaban a aceptar el destino fugaz y perecedero de tales obras plenas de creatividad infantil. 
Los más pequeños, inquietos, ansiaban abandonar aquel círculo de sombra presos de sombrillas de múltiples colores, saltar las olas, correr  por la orilla, revolcarse en la arena, montarse en la colchoneta inflable, y desde luego, huir de las garras de sus padres incansables con la crema de protección solar entre las manos. 
La playa, un lugar soberbio, maravilloso en toda su dimensión, inexplicable, que la hace única, allí se acumulan recuerdos que se superponen unos a los otros hasta sumar un total de espejismos familiares, de amistad, anónimos y todos ellos con ánimos veraniegos embriagados de buenos momentos. 
Un pedacito de playa te acompañará de por vida allí donde vayas, avivando tus sueños, alimentando tu nostalgia, hasta que el día en que regreses y te fundas entonces con tu propio yo infantil sobrevolando inocente las sombrillas de tus compatriotas. Un reencuentro con tu pasado en el presente, componiendo un futuro inmediato de armonía placentera y liviana como el sol matutino que acaricia tu rostro desde el balcón. Se llenan tus oídos de sonidos conocidos, nunca definitivamente olvidados, como el bullicio desenfadado de los bares al anochecer o el de la marea retrocediendo con su propia fina lengua de cristal llena de reflejos. Impregnado con los olores que tu olfato nunca desterró, a la espera de un nuevo capricho culinario, no por menos excelente, como el pescado frito o la paella marinera. 
Respiraciones profundas, ya  enamorado de este lugar, entregado a la causa, sientes la imperiosa necesidad de transmitir su dicha dotado de un sentimiento especial, una percepción que deja huella y que va más allá del momento efímero, es una llama siempre encendida, una luz que no se apaga ni en invierno ni en verano. Podrán retirarse los bañistas, podrá sucederse la caída del astro solar, pero ni siquiera entonces se perderá el encanto, porque incluso el atardecer brinda un fresco y vivo reflejo del paraíso. Los románticos pasearán por la orilla de la mano del rumor de las tranquilas olas y los rebeldes seguirán acostados en las hamacas, negándose a dejar marchar un día más de sus exiguas vacaciones y todos juntos compondrán sin saberlo, un momento único, una playa única, antojo de sibaritas vacaciones.