domingo, 30 de noviembre de 2014

PROSPERIDAD Y BENDICION


Es viernes, la hora del café y su pausado ritual diario en la terraza de columnas salomónicas desde donde se divisa toda la exuberante  extensión de terreno de su propiedad, los talleres, los obreros, el ajetreo y la incesante actividad de la industria de recursos energéticos. En el interior de la gran mansión se negocian tratos de suma importancia, se hacen pagos a proveedores, se reciben encargos, se revisan los cobros, en definitiva se realizan todos los trabajos de administración y contabilidad.
Hoy es viernes y toca preparar los sobres para pagar a los trabajadores su merecida semanada, todo se prepara de manera minuciosa y se acompaña con una nota manuscrita donde se detalla el desglose del importe percibido.
A lo largo de las décadas aquella materia prima que se obtenía principalmente para la industria fue reemplazado por otras de nueva generación y todo aquel imperio entró en una decadencia imparable.
Antiguos trabajadores del lugar, siguen explicando una leyenda acerca de la caja fuerte de la mansión y las incalculables sumas de dinero que siempre albergaba en su interior. Durante, décadas y décadas, llegados desde lugares lejanos, han probado y sin éxito, abrir aquella caja fuerte, expertos en cerrajería, ladrones de guante blanco, magos, mecánicos usando herramientas de última generación, etc. 
Los intentos, hasta el momento, han sido inútiles y todos ellos dan fe del final de la leyenda que explican los más ancianos del lugar. La caja de caudales recibió una bendición en el momento de su estreno a cambio de traer la prosperidad y el progreso a la pequeña comarca de humildes trabajadores. Y así pues la caja sigue en su lugar, impasible al paso de los años y a las agresiones externas que la acechan con la única intención de expoliar lo que puede encontrarse en su interior.















domingo, 23 de noviembre de 2014

ALBERGUE DE VACACIONES



Las tostadas ya han saltado de la tostadora en su punto de color dorado, un poco de mantequilla y un poco de mermelada de naranja con un vaso de cola-cao bien frío era mi desayuno en aquella mañana del mes de Julio, con mi sexto curso de EGB recién terminado.
Había prisa, en media hora tenía que estar en la escuela con todo listo para partir en autocar con dirección a la casa de colonias que tenían los curas que regentaban la escuela y que se encontraba ubicada en unas lejanas montañas de nuestro país. Las colonias duraban 15 días de deporte, convivencia, risas, compartir, excursiones, piscina, etc....
Año tras año se organizaban las esperadas colonias de verano, a las que siempre, habían muchas más solicitudes que plazas disponibles. Aquel año mi mejor amigo tuvo un gran disgusto, sus padres como caso excepcional, cursaron la solicitud  con toda la ilusión de su hijo y como premio por aprobar el curso con unas buenas notas, pero el destino hizo que no hubiese plaza para él en ese cálido y esperado verano del 79. Al despedirnos a final de curso le hice la promesa de que algún día estaríamos juntos en la fantástica casa de colonias. 
Después de los años y habiendo mantenido nuestra amistad desde la infancia cuando nos conocimos en el parvulario, hoy hemos emprendido el viaje para cumplir aquella promesa hecha hacía tantos y tantos años sin que ninguno de los dos la olvidase ni por un momento.
Al llegar al lugar, la duda y la incomprensible desolación ha emborronado mi memoria y ha intentando modificar mis buenos recuerdos en aquellas casas que de tanto esplendor habían brillado y nos habían hecho disfrutar de todos y cada uno de los minutos vividos en ellas. 



























sábado, 15 de noviembre de 2014

MASIA CORRE CUITA


Toda la familia repetíamos juntos el ritual de cada día a la misma hora, justo antes de comer, sentados en la mesa del comedor, las oraciones  e incluso la bendición de la mesa, tarea que siempre realizaba el abuelo. 
En la radio, sonaban de fondo y a volumen discreto las noticias de las tres.
Los jueves siempre habían legumbres, cocinadas con panceta, sofrito de tomates y cebollas de nuestro propio huerto. Labor de la cocinera, la abuela, también era servir cada uno de nuestros platos, con su manía de llenar los platos hasta los topes, al acabar todavía quedaba algo en la olla, hacía una segunda ronda de cucharones para cada uno y a la vez pronunciaba siempre la misma frase de todos los días: "ahora, ¿por este poco lo vais a dejar?" ,
El menú de los jueves requería tranquilidad, para degustar con detalle cada uno de los ingredientes empleados, cierto, y exquisito. Era lo apropiado antes de un trabajo duro, por la tarde tocaba comenzar con la siega, la buena cosecha de este año ya estaba en su punto adecuado y hacía días que contentos cantábamos todos juntos:

"Por fin llegó la cosecha,
llegó la cosecha hermano,
que ya parieron sus frutos,
regadíos y secanos.

Atrás quedan temores,
hielos, cenizos nublados,
sufrimientos y sudores,
bajo la cosecha hermano.

Por fin llegó la cosecha, 
venga alegría, vente a la fiesta,
salta, baila, ríe y vuela.
que ya llegó la cosecha."

A lo lejos, no se distinguía con exactitud, parecían gritos, sin poder descifrar que decían, pero aquel era el momento de disfrutar de aquel delicioso plato gastronómico, nada nos importaba más, hasta que los gritos ya fueron claros y enérgicos, fuego!, fuego!, la cosecha se quema!. Todos alzamos la mirada al mismo compás, nos miramos y sin decirnos nada, nos levantamos de la mesa y salimos corriendo con la única intención de salvar nuestra trabajada cosecha, para nosotros, nuestro único recurso y medio de vida. Hicieron falta pocos minutos para que las llamas con ayuda de un ligero viento del norte lo arrasara todo por completo, poco a poco las llamas se desvanecieron y el humo se disolvió, dejando aquellos bellos campos de color dorado convertidos en color del negro hollín.













domingo, 9 de noviembre de 2014

LA CASA DEL MEDICO


Aunque esta noche ha brillado una luna llena como en pocas ocasiones, toda la noche el malestar ha estado dentro de mi como si de un octavo pasajero se tratase, incentivando todo tipo de dolores más allá de lo soportable por el ser humano.
Vómitos, vueltas y vueltas sin conciliar el sueño, y todo ello sin recordar el número de esos viajes infernales hasta el retrete. El reloj de pared ya se ha encargado de hacer sonar las ocho campanadas avisando del inicio del día, y una cosa es clara, debo acudir con urgencia a la consulta de mi doctor de confianza. Es un prestigioso doctor, con la innata facultad de diagnosticar, tratar y curar, siempre con éxito, con las manos y la mera lectura que hace en los ojos de sus pacientes.
Hoy la sala de espera está muy concurrida y desde que he llegado, la enfermera no ha invitado a pasar a ningún paciente a la consulta. 
Toda una casualidad, Jaimito mi amigo de la adolescencia también espera su turno, y mientras, recordamos viejos tiempos, reviviendo travesuras como la de aquellas lámparas de Aladino que todavía  conservamos como tributo a nuestra amistad y algunas noches seguimos frotando con la ilusión de que un día un genio nos conceda tres deseos.
La enfermera ha irrumpido en la sala, alza su mirada y nos dice con voz temblorosa:

"Será mejor aplazar sus visitas con el doctor 
para otro día, el doctor lleva tres días y tres 
noches tratando al mismo paciente, sin descanso 
alguno y con dedicación completa, disculpen las 
molestias, es un caso extremadamente difícil"

Los intentos del doctor por salvar de la muerte segura al delicado paciente, afectado desde nacimiento por una severa enfermedad respiratoria, no recibían respuesta alguna. Aquel especial paciente, era el único que se resistía a sus grandes facultades, sus manos  no eran sensibles en aquel pequeño cuerpo, los estímulos eran del todo inútiles y tampoco podía leer nada en sus ojos que le diera las pistas para realizar un diagnóstico acertado.
Aquella misma noche de frío invierno,  el doctor ya invadido por una gran frustración, vio como aquel paciente, su querido y único hijo, se iba para siempre jamás y solo en aquel exclusivo momento pudo finalmente leer con claridad en sus ojos: 

"Mi joven y gran corazón no puede más; 
en mis venas la sangre se detiene y se hiela, 
y el perdido ánimo  de vivir con la fe se abrazan, 
ya sintiendo caer en mi el beso de la muerte."

Y desde entonces,  ya carente de todas aquellas aptitudes que tanta reputación le habían aportado, el doctor dejó de ejercer llevando consigo mismo una gran carga de conciencia durante el resto de su vida.