martes, 24 de mayo de 2016

CASINO, RULETA Y RUINA


En aquel remanso de paz cuando se encontraba jugando se deshacía de su memoria, la dejaba a un lado, apartaba el sufrimiento y sus deberes más vitales, todo ello por la insultante necesidad de apostar, de perder o ganar, al final solo existía el jodido vicio. La vida es cuestión de prioridades, y como tal, siempre hay que decidir, ¿rojo o negro?, ¿par o impar?, ¿suerte o desgracia?,...
En esa mesa, al menos, uno mismo decide lo que uno quiere, la decisión es dificultosa y de manera automática, guiada por impulsos, sin darle la merecida tregua que precisa esa decisión de cómo, cuándo y de qué manera se acaba por perderlo todo, no hay tiempo para decidir, el verdugo acaba con las ilusiones del hombre que nunca entenderá, que siempre, siempre, gana la banca. 
Aún así, es evidente que es un juego de azar, el pulso se acelera, entre tanto unas copas alivian el suplicio bañado en Whisky, la mirada se emborrona y se envalentona su corazón arrojando más dinero a la mesa, confiando su suerte y toda su economía familiar a la siguiente jugada, hasta la última apuesta siempre tiene la confianza, la fe de ganar, de remontar las pérdidas, de luchar contra las adversidades y levantarse de la mesa de tapete verde habiendo ganado una fortuna.
Otro día más entraba en casa con sumo sigilo, intentando evitar explicar a su mujer una historia inventada minutos antes para justificar otra vez porque no llegaba dinero a casa para cubrir las necesidades más básicas de la vida diaria.
Estirado en la cama con la luz cerrada, lo cierto es que: ya no lamentaba perder, ni derrochar el dinero, la costumbre de vivir sin dinero se había convertido en un trámite que surge de la misma condición de vivir, de sobrevivir, de arrojar el dinero en un instante de puro nervio, de relámpagos en las sienes, de evocar imágenes que muestran la alteración de lo que aún es desconocido, del afán por acaparar y disponer de la libertad que produce el dinero. La barrera psicológica añadida a la barrera moral se enquista en la mente al no poder disponer de un mínimo de poder económico, es la misma que lleva a querer multiplicar el dinero por la vía fácil, rápida y sin esfuerzo. El creer que es relativamente sencillo obtenerlo crea una potente ilusión en la mente, que no aprecia el peligro de perder lo poco que se posee, el vértigo del juego lleva a la extenuación de la voluntad, que anulada por completo cree que hasta el último céntimo jugado en esa mesa puede hacer cambiar la realidad de la ruina más severa.
















jueves, 12 de mayo de 2016

PARAISO Y MALDICION


Justo en el preciso momento en que él se acercaba al ataúd a depositar sus flores preferidas, un gran ramo de rosas rojas, ella abrió los ojos y en un susurro imperceptible para los demás asistentes al velatorio, le dijo con palabras envenenadas: “te arrepentirás de esto cariño”.
Inmediatamente después, un corro de personas trataban de reanimar al viudo tendido en el suelo, pálido, sin aliento y con una clara pérdida del conocimiento.
Agua..., aire..., un abanico, ¡mejor los pies en alto!, hagan el favor, dejen sitio.... ¡Un médico!, ¡por favor!, gritaba con ansiedad uno de los asistentes.
En cuclillas, un buen amigo de la familia trataba de tomar el pulso en la muñeca, nada, tranquilos, solo ha sido una lipotimia. El shock de la muerte de su mujer le ha dejado un difícil enigma por resolver y eso le ha afectado demasiado.
Con el rosario en la mano alguien se santigua y suspira. Dos beatas vestidas de negro murmuran mientras el cura asiente: “Quién iba a decir que ella..., una mujer ejemplar, moriría en esas circunstancias tan extrañas”.
Así fue como comenzó todo, como comenzó mi paraíso y a la vez mi maldición para el resto de mi vida, pues ella para mí siempre fue mi mayor pecado. No recuerdo bien el día, ni siquiera el año exacto, sólo recuerdo que ese día de primavera las flores del jardín mostraban sus más vivos colores y el sol brillaba más que nunca en un cielo de intenso color azul, mientras ya me sentía libre de aquella celda psicológica que me amenazaba de por vida.


























viernes, 6 de mayo de 2016

COTO DE CAZA


La noche fue larga después de una cena cocinada con fuego de leña: pan tostado, patatas asadas, butifarras, panceta, chistorra y vino tinto como única bebida servido en un gran porrón.
Durante la cena, trago tras trago de vino, los tres comensales nos sentíamos orgullosos al explicar la caza de las presas más preciadas o de mayor tamaño de nuestro extendido palmarés. La sobremesa continuó y las anécdotas eran cada vez más espectaculares y más sorprendentes, el alcohol empezaba a tergiversar las mentes de los allí presentes con la única finalidad de mostrarse como el mejor de los mejores dentro de aquella competencia que siempre les había invadido.
Por la mañana, con algo de resaca y mentes aturdidas, nos adentramos en el espeso bosque, todavía por amanecer, con una humedad y niebla que calaba los huesos. Cada uno de nosotros tomó una posición en la ladera de la montaña, la bota de vino, un chusco de pan, un trozo de queso, la munición y la escopeta de doble cañón eran mi única compañía tras aquellos densos matorrales.
Me mantenía quieto, en silencio, escondido, a la espera y al acecho, observando con detalle cualquier estímulo que pudiese satisfacer mi instinto de caza. 
Todo era tranquilo, la luna aun visible, la niebla humedecía mi cara, un buen día para volver al refugio con una gran presa y conseguir toda la envidia del resto de cazadores. La espera se hacía larga, inquieta y el ansia de matador sin piedad se apoderaba de mí. Al inspirar por última vez noté un fuerte hedor que en aquel instante no pude identificar y a la vez un aliento caliente que rozaba mi nuca, antes de poder reaccionar, ya me encontraba tendido en el suelo sin sentido, inconsciente y sangrando a borbotónes.
Antes de amanecer por completo hasta tres veces se repitió aquella misma escena, con un sumo sigilo y un instinto de lo más cruel y feroz.